San José, 25 Mayo del 2008 21:40p.m.
En la vida hay pocos absolutos. Quizás haya uno solo.
La noción de que nos vamos a morir nos hermana a todos, sin importar credo, piel, edad, orientación política, estado patrimonial tarde o temprano nos llegará la hora de saldar cuentas de nuestros actos en la tierra.
La noción no ha quitado la incertidumbre que causa la muerte. Todo lo contrario, la ha exacerbado. No hay nada más difícil de digerir que sabernos totalmente dispensables y temporales.
Sin embargo, hay hombres que logran vencer a la muerte en sus actos. Hay hombres que han tenido la valentía de asumir plenamente su libertad, potenciar al máximo sus habilidades y encausarlos en objetivos nobles.
Hay hombres que han luchado por su comunidad sin recibir un cinco a cambio. Hay hombres que no han medido sus actos en votos, ni en dinero ni en simpatías superficiales.
Hay hombres que obran lo que predican. Hay hombres que se guían nada más que por valores. Hay hombres que merecen ser imitados.
Sí, estoy hablando de Carlos León.
Recuerdo perfectamente cuando su hijo Fernando y otros compañeros nos metíamos en su oficina para curiosear en aquella cosa extraña llamada Internet. Sí, el siempre estuvo a la vanguardia tecnológica. Pero también era científico doctorado en los Estados Unidos, gran ciudadano y músico. Este hombre era, ante todo, un humanista.
Después de ahí le hablaba vagamente en encuentros de nuestras familias pues yo era, sin ninguna pena, demasiado novicio para siquiera poder interesar su enorme intelecto.
Fui creciendo y las circunstancias nos fueron hermanando más y más. Estudié economía quizás lo suficiente para aguantar las críticas que Carlos siempre y con justa razón le encuadraba a su metodología. Y así aprendí un poco más acerca de su forma de pensar y así fui admirando un poco más su enorme y polifacética personalidad.
No obstante, no aprendí todo lo que hubiese querido. Y sin querer sonar fatalista, el vació que dejará será enorme e irremediable.
Agradeciendo todos sus bellos gestos, no encuentro mejores palabras de que valerme en este momento que aquellas del poeta John Donne
Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra.; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti. John Donne, Devotions Upon Emergent Occasions
Mí más sentido pésame y resignación a la Fmla. León,
Mauricio A. Soto
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